(Esto lo escribí el 10 de febrero de 2012, pero lo publico hasta hoy 3 de enero. No sé por qué nunca lo publiqué, me dí cuenta hoy que me puse a repasar el 2012 y leí todo el blog. Aquí va. Con esto termina el registro de este hermoso viaje :) ).
La sala de espera se empieza a llenar. Estoy en Barajas,
faltan unos 20 minutos para que empecemos a abordar rumbo a Miami, en un vuelo
de 7 horas. Ahí tendré que esperar unas cuatro más para por fin tomar el avión
que me llevará a Costa Rica.
Tengo ganas de volver aunque ciertamente tampoco me estoy
muriendo por llegar. Y no porque no extrañe todo lo que está allá, claro que lo
extraño, sino porque me la pasé tan bien que querer irme sería un poco ingrato con
este sueño. Realmente no hay una sola cosa que me haya disgustado, una sola
cosa que haya salido mal, un único momento en que quise no haber venido. Y no
es que no haya habido cosas no-tan-buenas, sino que la balanza se inclina hacia
lo positivo. Y por muchísimo.
Me voy contenta. El objetivo principal del viaje se cumplió: fui a clases de flamenco todos los días durante un mes y aprendí muchísimo. Cada euro fue bien invertido. Pero además hice muchas otras muchas cosas: reté al frío y le gané, probé comida rica y nuevos sabores, paseé muchísimo por otras ciudades, compré algunas cosas, caminé durante horas, tomé cientos de fotos, descansé, escribí, leí, pensé, ví muchas noticias, me reí, hice nuevas amistades, visité a amigas muy queridas y compartí con ellas hermosos momentos. Y extrañé. Y hasta extrañar fue hermoso.
Me voy contenta. El objetivo principal del viaje se cumplió: fui a clases de flamenco todos los días durante un mes y aprendí muchísimo. Cada euro fue bien invertido. Pero además hice muchas otras muchas cosas: reté al frío y le gané, probé comida rica y nuevos sabores, paseé muchísimo por otras ciudades, compré algunas cosas, caminé durante horas, tomé cientos de fotos, descansé, escribí, leí, pensé, ví muchas noticias, me reí, hice nuevas amistades, visité a amigas muy queridas y compartí con ellas hermosos momentos. Y extrañé. Y hasta extrañar fue hermoso.
Los últimos dos días de esta aventura los pasé en Madrid. Me
hospedé en un hostal en plena Gran Vía, en el piso 7 de un edificio de esos
vieeeejos de la capital.
Ambas fechas se me pasaron volando y fueron la cereza en el pastel de esta aventura, porque fueron como muy intensas, como muy “de adentro”. A mí amiga K la ví dos veces y en la primera conversamos por como 4 horas, primero con un par de cafés y luego con un par de copas de vino. Y fue de esas conversadas deliciosas en las que abrís el corazón y hablás y hablás con él, de esas que salen sólo con las amigas del alma, y al final terminás riéndote, también con el corazón.
A la mañana siguiente me dediqué a caminar como por nueve horas por Madrid, sobre todo por el Parque del Retiro. Tenía muchas ganas de estar sola, conmigo, de ir a comerme un sándwich a algún parque, con pajaritos cerca, y luego ponerme a leer, y ese lugar era el lugar ideal para hacerlo. Ahí fui feliz caminando por horas, comiendo, tomando fotos, leyendo, sin prisas. Por suerte hacía un solcito delicioso que me acompañó todo el camino, y terminé en las afueras del Museo del Prado escuchando la hermosa guitarra de un señor que le puso la música perfecta a mí momento inolvidable.
De vuelta compré “algunas” cosas, aún temerosa de que me costara todavía más cerrar la maleta, pero con la excusa de que le iba a dejar los dos abrigos más grandes a mi amiga K, pues me aventuré un poco. J A puros “cariñitos” se me llenaron ambas, y el shampoo y el rinse pasaron hoy a mejor vida cuando en el counter la muchacha me dijo: tiene un kilo de sobrepeso, ¿desea sacar algo o prefiere pagar los 60 euros? ¡Qué suerte que fue sólo un kilo!
Así que aquí voy, disimulando la incomodidad porque mi equipaje de mano sí que sobrepasa lo permitido. ¡Pero me aguanto como las valientes!
Hoy vuelvo al pasado, porque llego a las 10 p.m. pero realmente para mí serán las 5 a.m. Y ese pasado se me parecerá, estoy segura, al Palacio de Cristal que hay en el Parque del Retiro, todo transparente y brillante, con algo hermoso para ver en cada ventana y rodeado de un bosque perfecto, parecido a un cuento. Como dijo Borges: “Sólo una cosa no hay, es el olvido”. Ahora entiendo porqué había escrito eso en el cuadernito rojo que alguien que no recuerdo me regaló, con fecha del 18 de junio del 2006, y que guardé todos estos años para llevarlo a este viaje prometido. Ahora lo entiendo.